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lunes, 4 de diciembre de 2017

Estrada Palma, perdido en el mármol de la historia


Está sentado en un rincón, severo, ocioso, con la vista petrificada. Uno imagina que antes tuvo brillo, que no sufría la suciedad y el abandono que deja ver la foto. La imagen transmite desconsuelo. Así lo vi. Fortuitamente. Un buen amigo puso sus fotografías en mis manos, en una memoria flash junto a otras imágenes históricas digitalizadas.

De él se dice mucho, no siempre bueno. El puertorriqueño Ramón Emeterio Betances lo describió como un hombrecillo nervioso, que escupía cuando le faltaban las palabras y que sentado en un sillón apenas alcanzaba el suelo con los pies.

Con un rábano lo comparó el incendiario Emilio Bobadilla, Fray Candil, y de “cacógrafo ruin, envidioso atormentado y enemigo encubierto de José Martí”, lo tildó el colombiano José María Vargas Vila. Muchos vieron en él un ser ruin e infame. Otros tantos -Martí entre ellos- vieron en él un patriota.

Don Tomás le llamaron en su época como político, como presidente. El tiempo ha preferido guardar sus apellidos: Estrada Palma Aunque llegó a la más alta magistratura cubana, el suyo es hoy un nombre condenado.

Tomás Estrada Palma (1835-1908) fue dos veces presidente. Primero del gobierno de la República en Armas en 1877 y luego, tras la lucha contra España y la intervención de los Estados Unidos, fue el primer mandatario electo de la nueva República.

Nacido en Bayamo, se incorporó a la lucha iniciada por Carlos Manuel de Céspedes y no tardó en ganar relevancia dentro de las filas independentistas. En la Asamblea de Guáimaro, en abril de 1869 fue elegido miembro de la Cámara de Representantes, y en octubre de 1873 pasó a presidir ese órgano legislativo.

Siendo presidente de la República en Armas fue capturado por las fuerzas españolas y enviado a la cárcel y, luego, al exilio. Durante la tregua se radicó en Honduras, donde fue el primer Director del Servicio Postal y se casó con “Veva” Guardiola, hija del ex mandatario hondureño Santos Guardiola. Luego pasó a los Estados Unidos, a Nueva York, donde estableció una escuela bilingüe con su nombre y conoció a José Martí.

Al estallar la Guerra del 95 era ya un icono de la continuidad de luchas por la independencia. Y aunque procedía de la clase terrateniente, ganó el respeto de la emigración cubana, que lo consideraba ciudadano honesto y consagrado al trabajo en su colegio neoyorkino de Central Valley. Participó al lado de Martí en las sesiones del Partido Revolucionario Cubano y a la muerte del Apóstol fue elegido como Delegado aunque en este cargo no estuvo a la altura de su predecesor.

Ganó la presidencia de la nueva República con el apoyo de patriotas y veteranos y el respaldo de los Estados Unidos. El anecdotario de su presidencia recoge que tenía pocos trajes los cuales remendaba la primera dama. También que dejó millones en las arcas públicas y la recomendación de usarlos con mesura. Pero la austeridad y honestidad devinieron “terquedad y cicatería”, como dijo de él el periodista Manuel Cuéllar Vizcaíno (http://asteria.fivecolleges.edu/findaids/amherst/ma185.html).

Estrada Palma forzó su reelección y puso nuevamente al país en pie de guerra. Para colmo, abrió la puerta a la segunda intervención de los Estados Unidos. Cuando el martes 2 de octubre de 1906 dejó atrás el colonial Palacio de los Capitanes Generales, a la sazón sede de la presidencia, ya era un hombre en desgracia. Primero se refugió en Matanzas con los suyos. Meses después se fue a La Punta, la finca de su familia en las cercanías de Bayamo. Allí apostó por la ganadería para levantar una propiedad en ruinas tras cuarenta años de abandono. Fracasó.

A finales de 1908, enfermo y débil, lo trasladaron a Santiago de Cuba. Los médicos pudieron sacarlo de su gravedad en ese momento, pero no existe medicina para sanar el ánimo marchito. Murió el 4 de noviembre. Lo sepultaron en Santa Ifigenia, donde sus restos permanecen todavía.

Quizás el mayor error de Estrada Palma fue no tener fe en los cubanos. Prefirió la intervención estadounidense como solución a la crisis que supuso su intento de reelección. Aun así, muchos de sus compatriotas no le pagaron entonces con la misma moneda y, fuera por piedad o respeto sincero, le dedicaron actos y estatuas durante la República.



El 10 de octubre de 1918 fue develado en Santiago de Cuba un vistoso monumento en memoria de Estrada Palma. El eminente jurista Antonio Bravo Correoso había encabezado el proyecto cinco años antes, que incluyó la creación de un comité organizador del homenaje. Por recaudación popular y una ley presidencial se adquirieron los fondos. Contribuyeron ciudadanos de todas las clases sociales.

La obra, realizada por el escultor italiano Ugo Luisi, quedó emplazada en la intersección de las calles Trocha Sur (24 de febrero) y Estrada Palma (Santo Tomás). En tres grandes cuerpos la concibió el artista. La base desarrollaba un zócalo octogonal, decorado, que estaba antecedido por dos gradas de planta y una sucesión de pilares enlazados por cadenas de bronce, con igual forma geométrica.

Un segundo cuerpo rectangular se proyectaba encima de la base. Sobre un pedestal escalonado una figura femenina cubierta por túnica, portaba en la mano derecha una antorcha y en la izquierda un escudo con la palabra LIBERTAD. Era la personificación de la Patria. En dos bajorrelieves laterales se representaban momentos de la vida del homenajeado. En uno se recreaba su encarcelamiento en Holguín y en el otro su etapa de maestro en Central Valley, Nueva York.

El monumento, con una altura total de cuatro metros y cincuenta centímetros, era rematado por la escultura de Estrada Palma. Aparecía sentado en el sillón presidencial, en actitud severa. En la figuración humana se evidenciaba un fino trabajo en la compostura de los rasgos fisonómicos y la vestimenta. También el mueble revelaba un trabajo exhaustivo en los detalles sobre el mármol blanco de Carrara. Para colocar la estatua se construyó un parque contiguo. Escultura y arquitectura se fusionaron armónicamente para componer un espacio urbano de Santiago de Cuba.

La cambiante interpretación de la figura de Estrada Palma condenaría su monumento. Llegó el día en que el antes visto como patriota fue calificado de 'capitalista, farsante y vendepatria'. Si tuvo alguna mínima virtud en su época, ya no importaba. La estatua permaneció vertical durante cuatro décadas. Pero dejaría de estarlo. Al menos, no en el sitio que le destinara la voluntad del pueblo santiaguero a inicios del siglo XX. Por consideraciones políticas, fundadas en la polémica personalidad representada, se retiró el monumento en los primeros meses de 1959.

Su desmontaje privó a Santiago de Cuba de un importante conjunto escultórico, con la única muestra de estatua sedente sobre pedestal, diferente en su concepción formal al resto de los edificados en el período. También dejó vacío un espacio urbano que a pesar de los cambios experimentados, no volvió a contar con otra obra de similares cualidades artísticas.



El espacio dejado por el monumento retirado fue cubierto a inicios de la década de 1960 con una escultura de línea racionalista del político santiaguero Eduardo Chibás. Además, este pasó a ser el nombre oficial de la arteria popularmente conocida como Carretera del Morro.

En la posición y actitud de la estatua sobre pedestal, con el brazo acusador extendido y en diagonal, el escultor holguinero Mario Santí García logró inmortalizar en bronce la fibra del líder del Partido Ortodoxo. No fue una obra mediocre. Tuvo el mérito de ser la única de cuerpo entero de la etapa. Sin embargo, la débil correspondencia de su tamaño en medio de la avenida empequeñece su integración con la amplia perspectiva urbana y la hace una efigie poco atendida.

Accidentalmente tropecé con Estrada Palma en las fotos que me diera mi amigo en una memoria flash. O en verdad no con él, sino con su estatua sedente, centenaria. Tampoco era la misma piedra reluciente que, con sus dos metros tallados a mano, coronaba el monumento descartado hace casi seis décadas.

Desde cuatro ángulos distintos fueron tomadas las imágenes en 2010. Al presidente se le ve rígidamente sentado en un rincón, frente a una pared como en callejón sin salida. La mirada de mármol, incisiva; no tiene ya el brillo original. La escultura está vandalizada. Las imágenes no identifican el lugar exacto en que se encontraba ni quién fue el retratista providencial.

Lamentablemente, no he logrado confirmar la ubicación del sitio, tampoco si aún hoy la estatua permanece allí o ha sido trasladada. O algo peor. El destino de la pieza fotografiada siete años atrás pudiera ser incierto.

Quien alguna vez tuvo un rol decisivo en la historia nacional y mereció el tributo tangible de sus contemporáneos, está condenado, si acaso, a trascender como un tenue 'flashazo' de la memoria. En una imagen donde se le halle de imprevisto, eclipsado, ajeno al hombre que fue, con sus virtudes y defectos, sus aciertos y contradicciones.

Ignacio Fernández Díaz
On Cuba Magazine, 15 de octubre de 2017.
Fotos tomadas de On Cuba.
Leer también: República ignorada.

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